«NEWMAN Y LA PALABRA QUE CONSTRUYE»


En tiempos en que la palabra parece haberse convertido en un arma arrojadiza, recordar a John Henry Newman es volver al respeto por el poder del lenguaje. Él, maestro del pensamiento y del estilo, sabía que las palabras no son simples sonidos, sino actos morales. Con ellas se puede herir o sanar, dividir o reconciliar. Por eso su vida y su obra fueron una defensa de la palabra verdadera, la que nace de la conciencia limpia y del deseo de iluminar, no de dominar. En un mundo saturado de mensajes y vaciado de sentido, Newman sigue recordándonos que hablar es siempre una forma de responsabilidad. 

La palabra, cuando se desgasta en la mentira o la manipulación, deja de comunicar. Se convierte en ruido, en una niebla que confunde más que aclara. Newman insistía en que la verdad no puede imponerse, solo proponerse con humildad. Esa actitud contrasta con la cultura del grito y la descalificación, donde lo importante no es decir algo justo, sino vencer al adversario. Frente a esa violencia verbal, el pensamiento de Newman es una escuela de respeto: escuchar antes de responder, pensar antes de afirmar, callar antes de herir. 

El teólogo inglés fue un artesano del lenguaje. Cuidaba cada palabra porque sabía que en ellas se revela el alma. “La cortesía es una de las formas más altas de la caridad”, escribió, convencido de que la elegancia del trato humano es también una forma de amor. En una época de crispación, sus palabras suenan como un bálsamo. La cortesía no es hipocresía ni debilidad, sino reconocimiento de la dignidad del otro. Cuando la palabra se pronuncia desde el respeto, incluso el desacuerdo puede ser fecundo. 

Pero Newman no fue ingenuo. Sabía que la palabra verdadera cuesta. Decir la verdad puede traer rechazo o burla, y él mismo lo sufrió en su conversión al catolicismo. Aun así, no renunció nunca a hablar con claridad. La coherencia entre pensamiento y palabra fue para él un deber moral. En eso radica su fuerza: en hablar sin odio, pero sin miedo. Una palabra valiente y serena, libre de resentimiento, sigue teniendo poder para transformar más que mil gritos airados. 

La educación del lenguaje fue otra de sus preocupaciones. En su Idea de Universidad, Newman defendía la formación integral del intelecto y de la expresión, porque pensar bien exige hablar bien. Cuando el lenguaje se empobrece, el pensamiento también se debilita. Una sociedad que trivializa sus palabras termina vaciando su alma. De ahí su insistencia en formar conciencias que sepan usar el lenguaje como instrumento de verdad y de bien común. Hablar con propiedad no es un formalismo, sino una forma de justicia. 

Quizá nuestra época necesite redescubrir esta dimensión moral de la palabra. No toda opinión es verdad, ni toda expresión es libre si destruye. La palabra tiene peso, crea realidades, deja huella en quien la dice y en quien la escucha. Recuperar su valor es recuperar el respeto por lo humano. Newman, con su serenidad intelectual y su fe profunda, nos invita a volver a la palabra que construye, la que une sin uniformar, la que explica sin humillar, la que ilumina sin imponer. 

En el ruido de las redes, los debates y los eslóganes, su enseñanza se vuelve urgente: no hay verdadera comunicación sin verdad, ni verdad sin caridad. Tal vez el mayor acto revolucionario hoy sea hablar con serenidad. Y recordar, con Newman, que el corazón habla al corazón solo cuando la palabra nace del amor y busca el bien del otro.

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