«LUCIÓ GONZÁLEZ GORRÍN Y LA EDUCACIÓN DE LA PERSONA»


Hay maestros que siguen hablando cuando ya no tienen voz. No porque dejáramos grabadas sus clases, sino porque una frase suya se quedó resonando y, con el tiempo, se ha convertido en una forma de mirar la vida. A esa estirpe pertenecía Lucio González Gorrín, sacerdote y humanista tinerfeño que supo convertir la educación en un camino hacia la plenitud de la persona. Su obra más conocida, Para ser feliz, crecer como persona, es mucho más que un manual de formación. Es una pequeña antropología espiritual en la que la educación se entiende como arte de vivir. Lucio no buscaba transmitir técnicas, sino despertar conciencia. Su convicción era clara: ser feliz no consiste en poseer mucho, sino en amar mejor. Y desde esa clave, la educación deja de ser mera instrucción para convertirse en un proceso de humanización profunda. 

En su pensamiento, la psicología, la filosofía y la fe se entrelazan con naturalidad. Habla de autoconocimiento, pero también de gracia; cita a Rogers y a Laín Entralgo, pero lo que realmente le importa es la persona concreta que busca sentido. Para él, crecer implicaba aprender a mirarse sin miedo, reconciliarse con la propia historia y descubrir que somos amados incluso en la fragilidad. Toda su propuesta se sostiene sobre un hilo conductor: la esperanza. Lucio veía al ser humano como alguien siempre en proceso, llamado a más, capaz de rehacerse incluso cuando todo parece perdido. Por eso decía que educar es creer en la posibilidad de crecimiento de cada persona, incluso cuando ella misma no lo ve. En un tiempo marcado por tanta desesperanza juvenil, este mensaje resulta extraordinariamente actual. 

Una de sus intuiciones más luminosas tiene que ver con la figura del educador. Educar es acompañar el crecimiento desde dentro, no modelar desde fuera, afirmaba. No se trata de fabricar perfiles, sino de acompañar procesos. El educador no se sitúa por encima del alumno, sino a su lado; no dirige su vida, sino que la escucha, la respeta y la alienta. Su pensamiento rebasa siempre el ámbito escolar. Entiende la educación como responsabilidad comunitaria. La familia, la escuela, la Iglesia, la sociedad… todos están llamados a ser “escuelas de humanidad”. Porque -decía- solo se llega a ser plenamente uno mismo viviendo con y para los demás. La educación, en esta perspectiva, es también un acto social: una forma de tejer vínculos y de construir una cultura de la dignidad. 

Recordar hoy a Lucio González Gorrín no es un ejercicio de nostalgia, sino una llamada a mirar nuestra propia educación con otros ojos. Entre leyes, evaluaciones y debates sobre tecnología, corremos el riesgo de olvidar que el centro de toda formación es la persona. Y que el saber, sin corazón, no transforma; solo ilumina la superficie. Por eso conviene volver a su mensaje: la felicidad se educa; la esperanza se aprende; el amor se cultiva. Y en esa tarea -la más humana de todas- la escuela, la familia y la sociedad entera siguen teniendo una cita pendiente con la plenitud del ser humano. 

Lucio la supo ver con claridad. Tal vez por eso, aunque ya no esté, continúa enseñando.

Comentarios

  1. Gracias por compartir esta reflexión. Un saludo

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  2. Gracias por compartir esta reflexión. Un saludo

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  3. Gracias por compartir esta reflexión .Gracias por tanto bien recibido

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