En el centro noble de La Laguna, donde la ciudad respira siglos y silencio, permanece la figura serena de Domingo Juan Manrique, poeta majorero que escogió estas calles para enseñar, para vivir… y para escribir algunos de los versos más delicados dedicados a la antigua plaza mayor. Su busto, situado en la Plaza del Adelantado, no es simplemente un homenaje escultórico: es un recordatorio de que la palabra puede convertir un espacio urbano en un lugar del alma.
Manrique, nacido en Fuerteventura en 1869, encontró en La Laguna un hogar intelectual y afectivo. Profesor, escritor y espíritu sensible, fue capaz de descubrir en esta plaza -«tranquila y perfumada», según sus versos- un refugio para la contemplación. Quizá por eso su presencia en bronce parece tan natural: como si no hubiesen pasado los años, y aún siguiera sentado en algún banco, dejándose envolver por la luz suave que cae sobre la fuente central.
La obra, realizada por Miguel Márquez Peñate e inaugurada en 1952, retrata a un poeta atento, casi en escucha interior. A su alrededor, la vida de la plaza discurre con la calma que solo La Laguna sabe ofrecer: niños que juegan, mayores que conversan, turistas que se sorprenden ante el equilibrio clásico del conjunto. Y, en medio de esta coreografía cotidiana, la escultura se convierte en un hilo visible entre el pasado y el ahora.
En un tiempo que corre demasiado deprisa, detenerse ante este busto es recordar que la ciudad también se habita despacio. Manrique no escribió sobre La Laguna desde el asombro del visitante, sino desde la intimidad del que se deja transformar. Su poesía, marcada por un humanismo luminoso, inspira esta mirada reconciliadora sobre el espacio público: mirar despacio, escuchar la historia, celebrar lo sencillo.
El patrimonio, cuando es verdadero, no solo conserva: educa el corazón. El busto de Domingo Juan Manrique nos invita a esta educación silenciosa, sin discursos ni grandes gestos. Basta con pasar junto a él y dejarse rozar por esa nostalgia luminosa que desprenden los grandes espíritus: hombres y mujeres que, sin alzar la voz, enseñan a amar una ciudad.
Quizá por eso La Laguna lo quiso aquí, en su plaza más emblemática. Porque este lugar no es solo un centro urbano, sino un símbolo: un espacio que reúne memoria, belleza y comunidad. Y la poesía de Manrique —su mirada abierta y tierna sobre la vida— sigue siendo un buen faro para aprender a habitarla mejor.
Quien pase por la Plaza del Adelantado puede pensar que es solo un busto. Pero tal vez sea más que eso: la presencia discreta de un poeta que, desde el bronce, continúa recordándonos que las ciudades no se entienden solo con los pies… sino también con el alma.
En la poesía de Domingo Juan Manrique no encontramos un discurso religioso explícito, pero sí una hondura espiritual que atraviesa sus versos como un hilo secreto. Su mirada sobre la patria, el paisaje o la memoria no es solo descriptiva: es una búsqueda. En su forma de contemplar lo cotidiano -una plaza, un aroma, un instante de luz- late la pregunta por aquello que sostiene la vida desde dentro, por ese misterio que se insinúa en lo sencillo. Por eso su palabra resuena todavía: porque nace de un alma que escucha y que se deja interpelar.
Quizá ahí esté la raíz de su permanencia: en una espiritualidad sin estridencias, tejida de silencio, belleza y conciencia. Manrique parece decirnos que lo visible no agota el mundo, que hay un fondo más profundo donde se instala la identidad, la dignidad y la esperanza. Y ese fondo —sin ser confesional— es hondamente humano. Su busto, en la Plaza del Adelantado, no solo recuerda a un poeta, sino a un hombre que supo mirar más allá de lo inmediato. Por eso sigue ahí: no solo como memoria de lo que fue, sino como invitación a preguntarnos quiénes somos y hacia dónde caminamos.

Magnífica interpretación de este poeta majorero, del que los majoreros ignoran su existencia, incluso si les muestras el busto en la Plaza del Adelantado, ¿quién es? te preguntan los majoreros cultivados. No digamos esos 3 de 4 majoreros actuales que son nuevos en esa tierra.
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