«ENTRE DOS MUNDOS»


Volvemos a dirigir la mirada a otra escultura lagunera. Las hay que no son solo bronce o piedra, sino memoria encarnada. En La Laguna, la figura del Padre José de Anchieta, jesuita tinerfeño nacido en estas calles y misionero incansable en tierras del Brasil, se levanta como un signo de encuentro entre dos mundos. La Universidad de La Laguna ha promovido recientemente su declaración como Bien de Interés Cultural, y con ello no solo protege una obra artística, sino un símbolo de diálogo, servicio y fraternidad universal.

Durante años, la escultura fue presencia discreta en la rotonda que lleva su nombre, familiar para quienes suben hacia el campus o atraviesan la ciudad. Pero su significado va mucho más allá del tránsito cotidiano: representa a un hombre que encarnó el ideal de unir culturas sin borrar sus raíces, de servir sin dominar, de evangelizar respetando la dignidad de los pueblos originarios. En el gesto de Anchieta -misionero, poeta, científico y santo- late una lección vigente: la fe verdadera nunca destruye, sino que fecunda lo humano.

El bronce que muestra al jesuita del Brasil nos interpela sobre lo que significa “dialogar de verdad”. No se trata de imponer, sino de ofrecerse; no de conquistar, sino de acompañar. Anchieta aprendió la lengua tupí, escribió su gramática y sus poemas en ella, y buscó en sus catequesis un modo de anunciar sin violentar. La escultura lo recuerda no en actitud de poder, sino de presencia: un hombre en medio de otros hombres, testigo de un Evangelio que se hace servicio.

Por eso, cuando la ULL impulsa su reconocimiento patrimonial, está haciendo algo más que un acto administrativo. Está diciendo que la cultura es diálogo y que la universidad -nacida para pensar, enseñar y unir saberes- reconoce en Anchieta un precursor: alguien que comprendió que no hay ciencia sin conciencia, ni misión sin respeto. El Bien de Interés Cultural no es solo para el bronce, sino para el espíritu que lo inspiró.

En una época en la que a menudo se confunde la identidad con la exclusión, la figura de Anchieta nos enseña el arte de conjugar pertenencia y apertura. Fue profundamente canario y, al mismo tiempo, enteramente universal. Llevó en su corazón la raíz lagunera, pero la hizo semilla en tierra ajena. Dejó que su santidad se expresara no en distancia, sino en cercanía; no en palabras altisonantes, sino en gestos de servicio y ciencia, de palabra y ternura.

Su escultura, regalo del pueblo brasileño a la ciudad natal de su santo compatriota de espíritu, es también un gesto de gratitud recíproca. Dos pueblos se reconocen en un mismo legado de humanidad. Y al declararla Bien de Interés Cultural, La Laguna honra no solo a un hijo ilustre, sino al ideal de fraternidad que él encarnó: el del hombre que, siendo profundamente creyente, fue también profundamente humano.

Que al pasar frente a la escultura del Padre Anchieta no la miremos solo como un monumento, sino como una llamada. Porque en su figura hay algo más que historia: hay una promesa. La de una humanidad capaz de encontrarse, de escucharse, de entregarse. La de una santidad que no se aparta del mundo, sino que lo abraza con respeto y esperanza.

Comentarios

  1. El apoyo inicial del Rector, a la solicitud planteada ante el Cabildo, de Declaración de BIC, está a la espera de la respuesta de la Facultad de Bellas Artes, ya que también cuenta con ese compromiso de BIC del último Consejo Municipal de Patrimonio del Ayto de La Laguna.

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