«EL BRONCE Y LA BONDAD»


En una pequeña plazoleta, detrás del edificio de Correos, el bronce del Santo Hermano Pedro observa el ir y venir cotidiano de una ciudad que muchas veces pasa sin verlo. No hay procesión, ni flores, ni placas recientes. Sólo el silencio del metal y la memoria de quien fue el primer santo canario, nacido en Vilaflor y canonizado en Guatemala, pero que también pertenece —por espíritu— a La Laguna. 

Su figura, con la campana en una mano y el bastón en la otra, representa el paso firme de quien hizo del servicio su camino. En su vida no hubo poder ni riqueza; hubo cercanía, compasión, ternura. Fue el amigo de los pobres, el consuelo del enfermo, el maestro de los niños sin escuela. Hoy, en una sociedad que corre deprisa entre pantallas y trámites, su imagen en la plazoleta parece invitarnos a detenernos un momento, a escuchar la campana interior que llama a la empatía. 

La escultura es obra de Inmaculada Serrano Sanz, artista formada en la tradición figurativa española, quien supo traducir al bronce no sólo el cuerpo del santo, sino su movimiento interior. Serrano trabaja desde el modelado directo, buscando en las texturas del metal la huella humana del espíritu. En esta pieza, el Hermano Pedro no está inmóvil: parece avanzar, como si su camino de servicio no hubiera terminado. La autora logra un equilibrio entre serenidad y acción, entre materia y fe, dejando en el aire la sensación de que el santo aún transita entre nosotros. 

El Hermano Pedro no pertenece sólo a los templos. Su lugar, precisamente, está ahí, en medio de la ciudad, donde se cruzan los caminos de la gente. Su vida es un recordatorio de que la santidad no consiste en milagros grandiosos, sino en gestos cotidianos: acompañar, cuidar, escuchar. En su silencio resuena aquella enseñanza del Evangelio que dice: “Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.” (Mt 25,40). 

Pero no deberíamos permitir que su mensaje se apague entre grafitis y abandono. Cuidar su imagen es también cuidar lo que representa: la bondad sencilla, el compromiso con los demás, la espiritualidad que se traduce en acción. La Laguna, ciudad universitaria y patrimonial, necesita ejemplos así: personas que vivan con humildad y servicio, sin necesidad de reconocimiento. 

Recordar al Hermano Pedro no es sólo mirar al pasado; es un acto de presente. Quizás deberíamos preguntarnos cómo sería una ciudad que adopta su estilo de vida: más compasiva, más justa, más humana. Tal vez entonces el bronce cobraría vida y, sin darnos cuenta, el Santo volvería a caminar entre nosotros. 

Hasta no hace mucho tiempo, una señora mayor acudía cada jueves a renovar las flores a los pies del santo. Llegaba despacio, con un ramo sencillo, lo acomodaba con cuidado y se marchaba sin ruido. Hoy ya no viene; quizá esté enferma o no pueda salir de casa. Pero su gesto permanece, invisible y constante, como una prolongación del mismo espíritu del Hermano Pedro: el de quien hace el bien en silencio, sin esperar nada a cambio.

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