«CHESTERTON Y LA RAZÓN» (1/3)


Con este atículo inicio una trilogía reflexiva sobre Gilbert Keith Chesterton, que fue un hombre que pensó con asombro. Su inteligencia, tan aguda como desbordante, no se conformó con analizar el mundo; quiso admirarlo. En tiempos que exaltaban la razón como sustituto de cualquier realidad trascendente, él descubrió que sólo la fe podía salvar a la razón de sí misma. Cuando el pensamiento se encierra en su propia suficiencia, acaba perdiendo la capacidad de comprender. Chesterton veía que la razón moderna había perdido su horizonte. Convertida en cálculo, había olvidado el sentido. El racionalismo prometía libertad, pero dejó al hombre a solas con un universo sin propósito. Frente a esa deriva, él afirmaba que la fe no anula la razón, la redime. La fe no se opone al pensamiento: lo ensancha, lo eleva, lo llena de sentido. El creyente necesita también la inteligencia, y usarla. En Ortodoxia, escribió precisamente que “el cristianismo es el romanticismo de la razón”. La expresión puede sorprender, pero es así: la fe no puede ni pide renunciar a la lógica, sino descubrir su dimensión poética. El misterio no contradice a la razón; la invita a mirar más lejos. Una inteligencia que se abre a lo invisible no se debilita, se humaniza. El pensamiento de Chesterton nace de una convicción sencilla: pensar bien exige creer que hay algo bueno que pensar. Si el mundo fuera absurdo, la razón sería inútil. Pero si el mundo es obra de una mente creadora, entonces la inteligencia humana participa de ese mismo logos que lo ordena. La fe, por tanto, no es un atajo, sino un acto de confianza en la racionalidad de lo real. Cuando la razón se desconecta del misterio, se vuelve destructiva. Acaba justificando cualquier cosa, incluso lo inhumano. La historia del siglo XX le dio la razón: ideologías que en nombre de la ciencia y del progreso despojaron al hombre de su dignidad. Chesterton lo advirtió a tiempo: sin Dios, la razón pierde la razón. Frente a ello, propuso una actitud distinta: pensar agradeciendo. La fe introduce en la inteligencia una nota de gratitud que la hace humilde. Quien razona desde la gratitud no busca dominar la verdad, sino dejarse iluminar por ella. Así, el pensamiento se vuelve contemplativo, capaz de mirar con ternura el mundo que estudia. Para Chesterton, la verdadera inteligencia es la que conserva la mirada del niño. El sabio es aquel que se sigue maravillando de que las cosas existan. La razón, sin fe, envejece pronto; con fe, permanece joven. Y es que el cristianismo devuelve al pensar su tono de aventura: pensar es explorar un universo habitado por el sentido. Esta trilogía quiere recorrer el mismo camino que recorre el alma humana cuando se reencuentra con Dios: la razón, la libertad y la alegría. Tres dimensiones inseparables de una misma redención. Hoy comenzamos con la razón, la puerta del asombro. En los próximos artículos, miraremos cómo la fe libera la voluntad y cómo, al final, la alegría se convierte en su mejor fruto. Creer no es dejar de pensar; es pensar con confianza. Quien tiene fe no se desentiende del mundo, lo comprende con más hondura. La razón iluminada por la fe no huye del misterio: lo habita.

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