Si Dios no fuera "fiel", la fidelidad sería un imposible.

Reflexión sobre las lecturas del Día del Señor.

La historia de Israel no fue un paradigma de fidelidad a Dios. En medio de una de tantas crisis religiosas vividas por el pueblo, Josué, convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles:

- «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.»

El pueblo respondió:
- «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»

La fidelidad de Dios hacia el pueblo alimenta la fidelidad del pueblo hacia Dios. Por eso el Sal 33, nos ayuda a otorgarle al Señor nuestra fidelidad. Dios, en todo momento fiel, en cualquier situación fiel; nosotros fieles porque Dios permanece fiel.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.

Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará.


Dios manifiesta su fidelidad para con su pueblo. Nosotros serviremos al Señor, que es fiel. El gran gesto de la fidelidad de Dios es Cristo, el Señor, el Verbo encarnado. En Cristo Dios cumplió su promesa. Ha sido fiel. Ver a Cristo, encontrarnos con Cristo es encontrarnos con la fidelidad de Dios.

Esa fue la experiencia del apóstol San Pablo, experto en las Escrituras y conocedor de la fidelidad de Dios. Para él estaba claro: Cristo es la fidelidad de Dios hecha carne por amor a la humanidad.

Por eso, en la Carta a los Efesios nos recuerda que "Él se entregó a sí mismo por ella (La Iglesia, nosotros), para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son".

La regla de vida es sencilla: si Dios ha sido fiel con nosotros, nosotros debemos vivir en fidelidad. Pablo aprovecha el mensaje para hablar de la fidelidad matrimonial. Pero es útil la referencia para hablar de toda fidelidad: de la fidelidad religiosa, de la fidelidad familiar, de la fidelidad sacerdotal, de la fidelidad laboral, de la fidelidad a nuestros compromisos personales. Si Dios es fiel, nosotros no podemos no ser fieles. Nuestra fidelidad ha de ser como la de Israel, como la de David, como la de Pablo, como la de los apóstoles expresada por Pedro en la perícopa evangélica de hoy:

Jn 6,60-69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
La pregunta de Jesús está sembrada de cierta desazón ante la infidelidad de algunos de sus discípulos que le abandonan: - «¿También vosotros queréis marchaos?»

Simon Pedro le contestó: - «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
Que sea ésta nuestra respuesta. No nos iremos, Señor. No abandonaremos aunque otros abandonen. Permaneceremos fieles. Queremos, Señor, ser fieles. Fieles a ti, fieles a tu voluntad, fieles a nuestros compromisos. Fieles, aunque nos cueste, aunque sea más fácil otros caminos, aunque sean justificados, aunque otros crean que es lo mejor... Ayúdanos a ser fieles.

Hermanos: Cada uno de nosotros sabe dónde están sus posibles infidelidades. Piénsalo; cada uno sabe dónde debe Dios ayudarnos a ser fieles. Cada uno de nosotros sabe cuáles son las promesas que ha hecho en su vida y dónde debe Dios poner su gracia. Nosotros el trabajo.

Tanto el Concilio Vaticano II como el código renovado de derecho canónico nos llama a todos los bautizados de ese modo: fieles cristianos. Todos somos fieles cristianos, ordenados o laicos. ¿Somos fieles cristianos? ¿Somos fieles los cristianos? ¿Nos caracterizamos en medio de la sociedad secularizada en la que vivimos por nuestra fidelidad?

Maridos, esposas, novios, padres, profesionales, trabajadores, ministros del Señor, consagrados... ¿fieles como Dios es fiel?

Santa María, esposa fiel de Dios,
Ruega por nosotros.
@juanpedrorivero

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