«NO SOMOS NOVELAS»


Hay quien sueña la realidad suponiendo que se trata de peces distintos dentro de una pecera. Cada uno con su color y su forma, independiente del resto de animalitos marinos. Es un sueño. El sueño de la autonomía absoluta. Porque lo que existe delante de nosotros nos implica de tal modo que sin esa conexión en la suma de elementos que nos conforman no somos ni nos entendemos a nosotros mismo ni a la misma realidad. No somos estáticos ni independientes; somos dinamismo e interconexión. Somos afección y dinámica. En otras palabras: la biografía no es una línea inalterable con introducción, desarrollo y desenlace. Eso es una novela, no una vida real.

Debemos corregir aquello de “ande yo caliente, ríase la gente” de nuestro folclórico refranero cultural. Cuando alguien tirita, yo paso frío. Y aunque yo suponga que estoy caliente, ese calor no será adecuadamente cálido si es solo mío. Habría que superar ya, y de una vez, el mito de la autonomía. Siempre seremos interdependientes y necesitados de una matriz comunitaria si queremos ser individuos plenos. Es lo que pasa cuando nos tomamos en serio ser, hasta el fondo, humanos.

Estas pasadas semanas me he reencontrado con Alfonso López Quintás. No con él, en persona, sino con su pensamiento pedagógico. Insiste el Catedrático emérito de Estética de la Universidad Complutense de Madrid en la importancia de entender que somos seres de encuentros. El desarrollo integral de una persona no ocurre en el primer nivel de realidad, el de las cosas, el de los objetos que son manejables y manipulables. Eso solo puede ocurrir en el nivel psíquico del encuentro y la creatividad. Lo que somos se descubre finalmente cuando nos encontramos y somos capaces de descubrir la fuerza creativa del diálogo y el encuentro. No se trata de mi biografía, de mi historia, de mi realidad; se trata de una red biográfica de encuentros tales que cada uno es capaz de descubrirse enmarcado en un espacio que le trasciende. López Quintás se alza, en su proyecto de desarrollo integral, hasta un cuarto nivel. Pero ya saltar del primero al segundo nos hace ser capaz de distinguir lo que de papel tiene una partitura (primer nivel) y lo que de creatividad encuentra esa otra forma se ser papel (segundo nivel).

La violencia intrafamiliar o de género, que tanto nos duele contemplar, nace, entre otras matrices, por perder el encuentro interpersonal y rebajar al primer nivel de manipulación la relación entre las personas. Las cosas se poseen; las personas son ámbitos de encuentro. Y si no somos capaces de educar para el encuentro, enseñaremos muchas casas –todas necesarias- pero no seremos capaces de posibilitar el descubrimiento de los valores sociales. Si no somos capaces de pensar bien la realidad, terminamos habitando en una manada social en la que, por ser mera masa social, no le daremos fácilmente espacio a la felicidad personal. Una sociedad de infelices que se dejan manipular pudiendo crecer en ámbitos sociales de encuentro y de comunidad.

Los valores no se enseñan; los valores se descubren. Se enseña en el primer nivel; se descubre cuando surge el encuentro con la realidad. Enseñar es entender que la realidad es otra cosa; el encuentro nos hace tomar consciencia de ser parte de esa realidad. Es curioso que los primeros cristianos designaron a la comunidad con el nombre que se usaría para designar el espacio físico de sus encuentros: iglesia. Los otros, encontrarme con los otros, es mi lugar propio.

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