«IN-DIGNIDADES»


Hay que rescatar el concepto de dignidad. No es solo el respeto debido a otra persona; es más que eso. Reconocer la dignidad humana significa reconocer el valor que le es inherente a una persona, independientemente de cualquier consideración peculiar. Es este reconocimiento el que le reviste de nuestro deber de respeto por su condición humana. Todos los derechos humanos fundamentales que se reconocen, protegen y procuran, surgen del hecho de reconocer esa dignidad inherente a la condición de persona. Nadie merece que se le prive de esa condición personal y de la dignidad de serlo. Incluso privado judicialmente de libertad por haber cometido un delito mantiene su dignidad de persona. 

Esta fuerza de la conciencia social no la podemos dejar derretirse por el sol de intereses o por motivos tramposos. La fama, la presunción de inocencia, el derecho a la vida y a la integridad, etc., deben ser atendidos, protegidos, respetados, promovidos… No podemos subirnos al carro de las indignidades que utilizan a las personas para nuestros fines. El chisme, el rumor, el comentario superficial, la mentira, la infamia, son manchas que funcionan como bomba-lapa colocadas bajo la dignidad de cualquier persona y que, al reventar, manchan a la sociedad esparciendo el hedor de sus heridas. Las redes sociales sirven de expléndido altavoz para estas indignidades. 

No vale todo y de cualquier modo. Hay límites que no debemos atravesar si queremos que la dignidad sea distintivo de nuestra condición. El insulto gratuito, el reproche inventado, la mentira manipuladora y sucia tras la que nos queremos esconder, son otras tantas indignidades. Y qué fácil es destruir a una persona con la lengua. Incluso con un ademán sin palabras o un ruidito acompañado de una mirada irónica en la que sin decir nada se pretende decir todo. Indignidades. 

Antes de llegar el martillo y los clavos a coser a la cruz a Jesús de Nazaret, hubo muchas de estas indignidades revestidas de mentiras, falsos testimonios, insultos y bofetadas. No le quitaron solo la vida. Antes le desnudaron de dignidad para que no costara tanto verle morir. Y esa actitud que en estos próximos días contemplamos y celebramos, se repite en otros cristos a los que se les arranca su dignidad por otros caminos pero con la misma finalidad. Yo puedo vivir disfrazado de soldado romano en la vida ordinaria y usar como látigo mi sutileza de lenguaje verbal y no verbal para destruir dignidades cercanas. 

Esto es serio e importante. Aunque no celebres religiosamente la Semana Santa, bien valdría que pongamos todos mordaza a nuestra boca y nuestra lengua para que no sufran otros nuestra indigna Semana Santa ordinaria. El homicidio no es solo quitarle la vida a otra persona. El quinto mandamiento no solo se cumple no atentando contra la vida biológica. También la muerte social de alguien por nuestra difamación puede manchar de sangre nuestras manos. 

Cuántos muertos por indignidades. 

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