«TAMBIÉN SOMOS LA CASA COMÚN»


El cuidado al planeta y al medio ambiente, el papa Francisco lo ha vinculado a la expresión del cuidado a la Casa Común. Es una manera de dirigir la reflexión y el compromiso hacia una ecología humana integral. No solo se trata de reconocer que habitamos “en” el planeta, sino que también nosotros “somos” ese planeta. Ejercemos la peculiar misión de ser consciencia y voluntad creativa en el cuidado de este espacio compartido que es la casa de todo lo real.

Siempre me gustó la definición de ser humano como microcosmo. Estamos constituidos por la realidad de tal manera que en cada uno de nosotros se agolpa de manera preciosa el mundo mineral, los ritmos de la biología, y la luz de una psique trascendente. Somos un poco de todo sin poder ser identificados con ninguna de nuestras partes. Somos ese todo que es más que la suma de sus partes. Y, -la luz de las luces-, nos damos cuenta de que estamos siendo. Estamos hechos del espacio en el que habitamos de tal manera que cuidar la Casa es cuidar a los inquilinos. Habitamos lo que somos.

Una ecología que olvide este principio siempre será una acción extrínseca que no nos termina de afectar en serio. La maravilla de la existencia es aún mayor: porque, más allá de este precioso mundo físico, podemos ser casa del prójimo, hogar de otros por medio de la acogida vinculada entre nosotros por el amor. Esa argamasa que mantiene aunados los pálpitos de lo social. No solo se trata de vivir unos junto a otros, sino de “convivir” del modo humano. Es como el principio social del bien común que, tomado en serio, es mucho más y va más allá del bien de cada uno de los miembros de la sociedad. No son los bienes individuales garantizados como en celdas paralelas en las que todos tienen loque desean, sino un verdadero bien orgánico, de un cuerpo de convivientes. ¡Qué lejos andamos aún de ello!

He dedicado este puente de carnavales a adentrarme un poco en el pensamiento de Pierre Teilhard de Chardin. Y me he sentido identificado con unas palabras suyas escritas en 1916 sobre la vida cósmica. Las comparto por si les parecen como a mí, dignas de ser recordadas:

“Escribo estas líneas por exuberancia de vida y por apremio de vivir -para expresar una visión apasionada de la Tierra, y para buscar una solución a las dudas de mi acción; porque amo el Universo, sus energías, sus secretos, sus esperanzas, y porque, al mismo tiempo, me he consagrado a Dios, único Origen, única Salida, único Término. Quiero dejar que se exhale aquí mi amor por la materia y por la vida, y armonizarlo, si fuera posible, con la adoración única de la sola absoluta y definitiva Divinidad. Parto de este hecho inicial, fundamental, que cada uno de nosotros, lo quiera o no, se sostiene por todas sus fibras materiales, orgánicas, psíquicas, en todo lo que le rodea. No solo está enganchado en una red, sino que está arrastrado por un río. Alrededor de nosotros, por todos lados lazos y corrientes. Mil determinismos nos encadenan, mil herencias pesan sobre nuestro presente, mil afinidades experimentadas nos dislocan y nos arrojan hacia un objetivo ignorado. (…) la persona, la mónada humana, como toda mónada, es esencialmente cósmica”.

Este tiempo de cuaresma que iniciamos puede ser un buen momento para profesar este amor síntesis de lo material y de lo espiritual que nos conforme. Y una opción por su integral cuidado. Estamos hechos de lo que la Casa Común, y damos un salto de altura posterior hasta la eternidad soñada.

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