«PERRO LADRADOR…»


“… poco mordedor”, nos dice el refranero popular. Todo se le va en ladridos, como a nosotros todo se nos puede ir en palabras. No son las palabras que decimos y las frases que enlazamos las que transformarán la realidad social, sino la coherencia con el bien de nuestro obrar. Ladrar, lo que es ladrar, todos ladran; otra cosa es que el ladrido responda a un compromiso serio de defender la verdad y el bien de nuestro espacio vita. 

En la bulliciosa plaza de la vida social, donde las voces resuenan como un sinfín de melodías discordantes, a menudo nos encontramos con aquellos que proclaman con gran estruendo, pero cuyas acciones son tan tenues como el susurro del viento. Es en este escenario de interacciones humanas que el refrán "perro ladrador, poco mordedor" cobra vida con su sabiduría atemporal. 

En la danza caótica de compromisos sociales, hay individuos cuyas palabras retumban como ladridos atronadores, llenando el espacio con promesas grandilocuentes y declaraciones impactantes. Sin embargo, como exploradores de la realidad, sabemos que el mero ruido no siempre se traduce en un impacto tangible. Aquellos que se asemejan a perros ladradores, con su verborrea insistente, a menudo revelan su verdadera esencia cuando se trata de cumplir con sus compromisos. 

El compromiso personal en la vida social no se mide por la magnitud de las palabras pronunciadas, sino por la consistencia y la sinceridad de las acciones que siguen. Es fácil caer presa de la superficialidad, permitiendo que las promesas grandilocuentes eclipsen la esencia misma del compromiso. Un perro ladrador puede llenar el aire con su alboroto, pero si su mordida no sigue, su impacto se desvanece en el viento. 

Es entonces cuando surge la necesidad de discernimiento en nuestras interacciones sociales. Aquellos comprometidos verdaderamente con el tejido de la vida comunitaria son como perros que, si bien pueden no ladrar con estridencia, demuestran su valía a través de acciones firmes y constantes. Son los silenciosos defensores de la autenticidad, cuyas contribuciones a la colectividad hablan más allá de las palabras vacías. 

Así, en este escenario de compromisos sociales, recordemos que la substancia del compromiso no se encuentra en la retórica efímera, sino en la perseverancia de aquellos que, como perros poco ruidosos, demuestran su devoción a través de hechos tangibles. En lugar de dejarnos deslumbrar por los ladridos resonantes, aprendamos a valorar la mordida sutil pero efectiva que deja una marca duradera en la comunidad que compartimos. 

Los perros, se dice y con bastante veracidad, son el mejor amigo de los humanos. Pero hay amistades que nos sacan del estancamiento. Nos despiertan. Como puede despertarnos el ladrido del amigo. Aquella frase del Quijote a Sancho es elocuente: “¿Ladran, Sancho? Luego cabalgamos”. O aquella otra del cuento infantil que nos hacían aprendernos en nuestra tierna memoria y que nos aleccionaba de peligros futuros. Decía a un cocodrilo un perro que bebía mientras corría: “Dañoso es beber y andar, pero ¿es más fácil esperar a que me claves el diente?”. La razón la definió al final el mismo cocodrilo con una frase “entre dientes”: “Oh, qué docto, perro viejo. Yo venero tu sentir en eso de no seguir del enemigo el consejo”.

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