«DOÑA ESPERANZA, LA MAESTRA»


La educación es la herramienta. Es un derecho de las personas reconocido y declarado en 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero es, además, una herramienta de sentido. Debe serlo. Una sociedad debe tener la sensibilidad de ofrecerle a las futuras generaciones los medios adecuados para que se desenvuelva con competencia y sentido en el mundo en el que les ha tocado vivir. Una herramienta para lograr ser felices. Un verdadero servicio social. Amar al prójimo exige ofrecerle los medios para su desarrollo integral. Y eso no es posible sin un compromiso educativo. Me he atrevido a buscar en el lugar donde se mezcla la fantasía con la realidad y se genera la creatividad, una posible situación que, aunque imaginaria, pudiera ser tan real como el periódico que tienes en la mano. Ella se llama Dña. Esperanza y tiene 68 años de edad. Fue maestra durante más de cuarenta años. Hoy mira hacia atrás y siente alegría, pero mira hacia delante y se preocupa. Le he pedido que le escriba a la sociedad unas letras y ahí les dejo su carta:

“Querida sociedad: Hoy, mientras reflexiono sobre las décadas que he dedicado a la noble tarea de educar, siento la urgencia de dirigirme a todos ustedes. Soy una maestra jubilada de 70 años, y a lo largo de mi vida, he sido testigo de innumerables cambios en la sociedad y en el sistema educativo. Ahora, más que nunca, siento la necesidad de resaltar la importancia de cuidar la educación, la semilla de nuestro futuro. La educación es la fuerza vital que impulsa el progreso y el desarrollo de una nación. A lo largo de mi carrera, he visto cómo la luz de la sabiduría transforma a los jóvenes en individuos capaces y conscientes. Sin embargo, también he observado con pesar cómo a veces se subestima el valor de la educación en el trajín de la vida moderna. En estos tiempos de cambios vertiginosos, donde la tecnología avanza a pasos agigantados y las prioridades parecen desviarse, es fundamental recordar que la educación no es solo un medio para obtener conocimientos académicos, sino también un faro que guía el carácter, la ética y la comprensión mutua. Es a través de la educación que se construyen puentes entre diferentes comunidades, se promueve la igualdad y se nutre la empatía. Mi experiencia me ha enseñado que una sociedad educada es una sociedad fuerte y resiliente. La educación no solo brinda herramientas para enfrentar los desafíos del presente, sino que también forja la capacidad de anticipar y resolver los desafíos del futuro. Es un legado que trasciende generaciones, una inversión en la que todos deberíamos comprometernos. No podemos permitirnos descuidar la educación. Debemos asegurarnos de que nuestras escuelas estén equipadas con recursos adecuados, que los maestros sean valorados y apoyados, y que cada niño tenga acceso a una educación de calidad, independientemente de su origen o situación económica. Al hacerlo, construiremos una sociedad más justa y equitativa. En este punto de mi vida, mi deseo ferviente es que reconozcamos la importancia de la educación y que nos comprometamos a cultivarla como la joya preciosa que es. No es solo responsabilidad de los educadores y de las instituciones educativas; es un deber compartido por toda la sociedad. Solo a través de la educación podemos aspirar a un futuro lleno de oportunidades y entendimiento mutuo. Con esperanza en el corazón y gratitud por los años dedicados a la enseñanza, Esperanza, Maestra Jubilada.” 

Este fin de semana, en Madrid, he participado en un Congreso Nacional sobre Iglesia y Educación. He compartido preocupaciones, desafíos y oportunidades. Pero, sobre todo, me he encontrado con un gran número de personas que siguen sintiendo la educación como una verdadera vocación. Hay esperanza, sí.

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