«GLUTENFREE»


Entrar a tomarte un café y descubrir que la cafetería en la que entraste era libre de gluten en todos los productos fue una sorpresa. Lo había oído, pero no lo recordaba. Una interesante iniciativa para quienes, por la intolerancia al gluten, dejan de salir a tomar algo o salen con algún producto en su bolso para superar el desconsuelo. Sí; me pareció esta interesante iniciativa. Al final me dije a mí mismo que no hubiera descubierto la diferencia con otras cafeterías y con el sabor de sus productos, si no hubiera visto la frase #glutenfreerevolutio decorando las ventanas y si no me hubiera sorprendido el precio de la napolitana de chocolate. 

¿Será un nicho de negocio adecuado plantear otra cafetería para los alérgicos o intolerantes a otro tipo de situaciones sociales que levantan inquietudes? Por ejemplo, la mentira. ¿Habrá quien se presente como intolerante a la mentira? ¿Habrá algún espacio mentira-free? Esa si que puede ser la gran #liefreerevolutio. 

La sociedad, como la vida de una persona, se desarrolla bien, cuando el fundamento sobre el que se edifica es verdadero; o sea, que responde a la realidad de lo que las cosas son. Ni las falsificaciones ni los disfraces son coherentes con el desarrollo de las personas. Las relaciones siempre están tentadas de utilizar la mentira, bien como herramienta de marketing, bien como modo de conquista. Pero eso ya lo sabemos desde el principio. 

El límite de lo insufrible es cuando nos convertimos en socialmente tolerantes a la mentira de tal modo que la normalizamos. Perdemos, tolerante, la posibilidad de cerrar los ojos con confianza y de buscarle las patas al posible gato de pasa ante nuestra mirada. En ese momento se acabaron las alergias personales y sociales al que intenta engañar y, como si no nos importara, vivimos tranquilo el engaño como si fuese lo normal. 

Entrar en la cafetería libre de gluten me hizo imaginar la posibilidad de que existan espacios libres de cualquier forma de mentira. En el que se nos acoja seamos como seamos y no nos ocultemos detrás de mascarillas protectoras del virus del aparentar. ¿Dónde están esos lugares saneados? 

Ese lugar, porque es sede de la conciencia, habita por dentro. Ese espacio en el que somos incapaces de engañarnos a nosotros mismos. Donde la verdad es mirada tan desnuda como es. Por eso, quienes debemos estar libres de mentiras somos nosotros mismos. Y, de este modo, haríamos tomar conciencia a la sociedad de que su desarrollo depende del nivel de coherencia que tenga con lo real. 

Y como ocurre en la ya citada cafetería, vivir en la verdad es un poco más caro. Cuesta un poco más. Pero también es más saludable. Nunca nos resultará más fácil vivir que cuando dejamos de ser esclavos de nuestras mentiras y no compramos la voluntad ajena con la falacia de un discurso que conquista solo los oídos. 

Hacen falta espacios libres de mentira. Como le escuché hace poco a un amigo: “Ni al médico ni al sacerdote sirve de algo mentirles”.

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