La Carta de la Semana (12/10/2018): "NO HAGAMOS NADA SIN CABEZA"

Decía Chesterton que, al entrar a una iglesia «te debes quitar el sobrero, pero nunca la cabeza» queriendo indicar que, incluso el acto de fe y la piedad religiosa deben estar siempre iluminados por la inteligencia pensante del ser humano. Nadie debe renunciar jamás a la racionalidad, a la inteligencia, a su capacidad de pensar. Debe abrir todas las vías posibles de conocimiento, y apelar a una razón abierta a la trascendencia, pero debe siempre evitar cualquier forma inhumana de fanatismo ciego que impida el desarrollo integral de su ser personal. Casi nada… También, la labor social hay que hacerla con cabeza.

Estos días he escuchado, al respecto, una afirmación decisiva por parte de un profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca: «No encontraremos nunca en la Catitas in Veritate una afirmación de origen religioso que no encuentre también una justificación humana y racional y que la razón cumpla en el fondo con su propio deber para que las ciencias y la técnica no se dejen guiar por las ideologías». O dicho de una manera más coloquial, «donde termina la razón, comienza la ideología». La propuesta ética de la doctrina cristiana, si no fuera razonable, no le tendríamos que hacer caso.

Toda propuesta ética debe hundir su cimiento y su raíz en la razón humana. La justicia social y la solidaridad han de ser valores promovidos por su lógica natural, aunque estén sostenidos y edificados sobre el suelo de la fe que les ofrece una razón de ser por encima de las demandas racionales.

Es difícil encontrar motivaciones profundas que generen una solidaridad universal no embarcada en postulados utilitaristas. Algo tan bueno como la solidaridad interna de la Unión Europea, de la que tanto hemos disfrutado los españoles, puede estar edificada sobre el interés de potencias por dinamizar el mercado interior y generar demanda para sus productos. Una solidaridad interesada que tiene más visos de ser una inversión a largo plazo que un acto de caridad política con quien necesita lo que yo ya tengo. Y si dirigimos la mirada a las ayudas a los países en vías de desarrollo, no sería difícil descubrir la misma dinámica de inversión útil. «Yo doy porque dando tengo más…».

Es por esto por lo que el reconocimiento de la dignidad de toda persona humana debe estar en la base de los valores éticos de la justicia y de la solidaridad. Y poner estas bases exige una nueva mirada del otro, que abandona la zona de la extrañeza y asume la zona de la fraternidad. ¿Cómo sentirme hermano, y miembro de la misma familia humana, sin el reconocimiento previo de una paternidad común? Cada uno buscará su camino, claro, pero quienes hemos decidido aceptar esa paternidad universal sentimos que es una propuesta de sentido que fundamente y sostiene aquellos valores que edifican la verdadera ecología de lo humano.

Don Camilo y Don Peppone, personajes de la novela de Giovanni Guareschi, estaban más cerca de lo que ellos mismos creían. Ambos buscaban el bien de su pueblo, la superación de la pobreza, el desarrollo de la sociedad y el bienestar integral de las personas. Esa cercanía es lógica, porque debajo del bonete de Don Camilo y del sobrero de Don Peppone había una cabeza, una razón, una inteligencia. Si hubieran conversado más, dialogado mejor, ciertamente no hubiera argumento para la novela, pero lo hubieran notado en el municipio por el desarrollo de la caridad política y la gratuidad que nace de la apertura al misterio de Dios.

No nos vendría mal reconocer que hasta un acto gratuito y generoso como puede ser una ayuda mutua ha de ser hecha con cabeza. Si no es así, tal vez pueda convertirse más en una humillación esclavizante que un gesto de promoción integral del hermano.

Juan Pedro Rivero González
@juanpedrorivero

Comentarios

  1. ¡Muy buen y oportuno artículo artículo, don Juan Pedo! "La afectividad manejada por la inteligencia con voluntad e iluminada por la fe" -entiendo yo- ¡Mi enhorabuena y rece por mí! Un abrazo.

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