La Carta de la Semana (7/9/2018): EL CRISTO DE LA LAGUNA

En una entrevista publicada en la presa el pasado domingo, la entrevistada, una novelista hispanoamericana que acaba de publicar una nueva novela sobre historias vitales apelaba a reescribir las historias de la Biblia. Nos contaba que su infancia había estado envuelta en el entorno de una Iglesia de América latina, en la que imágenes de hombres ensangrentados y muertos y mujeres sumisas eran medios para encomendar la protección de su vida, lo que a ella no le resultó coherente. 

Y pensaba yo, en vísperas de las fiestas del Cristo, si la imagen muerta del hombre que yase en el madero ¿es una imagen que libera o que humilla la humanidad? ¿Genera miedo o alivio? ¿Por qué la atracción que despierta en unos y el rechazo en algunos?

La imagen del Cristo de La Laguna, como tantas otras imágenes de tantos cristos, es la representación simbólica de la humanidad misma, lacerada y dolorida por tanto mal del que apartamos la mirada porque nos critica nuestra misma incapacidad para conmovernos, y a la vez, es imagen que revela todo lo que de ternura y misericordia encierra la humanidad en su corazón. Es la paradoja de los acontecimientos vitales que ofrecen a los seres humanos la posibilidad de mirarse a sí mismos. Tiernos y tiranos, inocentes víctimas y tiranos del prójimo. 

La imagen del Cristo de La Laguna nos sigue provocando a la misericordia. Sigue gritando en las calles que para Dios somos importantes. Que alguien es capaz de haber sufrido por nosotros, a persas de nuestra inconsolada actitud de rebeldía contra el dolor ajeno. A Alguien le duele el dolor humano y es capaz de compartirlo descubriendo el camino de la libertad plena y total. 

No lo sequen la sangre a la imagen del Cristo. Que nos duela en la mirada. No seamos hipócritas que desfiguran la existencia real ahuyentando de la vista de los niños la enfermedad y la muerte para que no se escandalicen o se turben, mientras les ponemos en sus manos videojuegos inhumanos y despiadados que encierran violencia y destrucción. 

No limpien la sangre de la imagen del Cristo de La Laguna, ni disimulen su tierno dolor, porque esa sangre nos limpia de nuestra indiferencia mutua y de nuestro vacío individualista. 

Siempre serán verdad aquellas palabras de San Agustín: "Si no quieres sufrir, no ames; pero si no amas, ¿para qué quieres vivir? Y la imagen del Cristo de La Laguna es escuela de sufrimiento y de amor. Es paradigma de lo real. Es la pura verdad.

Juan Pedro Rivero González
@juanpedrorivero


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