La Carta de la Semana (2/3/2018): ¡ESCUCHA!

La riqueza del español, en cuento idioma, es reconocida por todos. Tal vez menos por los hispanohablantes. Para decir una misma cosa usamos un sinfín de términos sinónimos o jugamos con ellos para enriquecer con sus matices nuestro discurso. Cuando queremos, por ejemplo, indicar el hecho de oír a los demás podemos usar, además de oír, atender, escuchar, prestar atención, etc.

Pero hay matices: no es lo mismo oír que escuchar. Escuchar parece indicar una mayor atención que el mero oír. Oímos la radio sin escucharla del todo; oímos música de fondo sin captar la letra y sin atender a su sentido. Escuchar nos sitúa en una actitud activa. Con razón han decidido los responsables de la organización del "mes vocacional" utilizar como lema el imperativo que nos sirve de título en este breve comentario: ¡Escucha!

Existe un déficit de escucha entre nosotros. Tal vez porque estamos atentos a muchas cosas es por lo que no estamos atentos a nada. Sobre volamos la existencia oyendo la voz de los demás, pero sin escuchar qué nos quieren decir. Tal vez nos pueda ocurrir lo mismo cuando se trata de estar atentos al sentido de la vida. Hay sutilezas que no percibimos por superficialidad. Hay gritos a los que no atendemos. Ni siquiera escuchamos los discursos de nuestro propio corazón. Tal vez no tenemos tiempo para escuchar a Dios.

La vocación no se tiene, se recibe. Alguien nos llama, porque quiere algo de nosotros, porque necesita algo de nosotros. Nuestra vida puede estar sembrada sobre la autoreferencialidad y cerrada a toda voz ajena a nosotros, o puede estar sembrada en la disponibilidad y apertura a lo que los otros nos regalen como don o demanda de sentido. Pero hay que hacer el esfuerzo de escuchar. Hay que prestar atención. Hay que hacer vacío de ruidos para poder percibir las voces que nos ofrecen el regalo de la vocación. Las mediaciones de una Voz más grande y más sonora.

¿Qué quieres ser de mayor? Esta es la pregunta que nos hacían y hacemos. Es una cuestión que pregunta por nuestra voz interior, por la voz de nuestros gustos. Pero ¿qué nos dice la realidad y qué nos dice Dios en ella? ¿Para qué y para quiénes hemos recibido el don de la vida? ¿Para quiénes mi vida será un don y un regalo que le dé sentido?

Para estas cuestiones hemos de estar atentos. Hemos de escuchar. No basta oír. Hemos de discernir, distinguir en medio de tantos ruidos las voces buenas que ofrecen direccionalidad a nuestro vivir. Nadie es feliz siendo monja o monje de clausura si no ha escuchado una voz grande; nadie se entrega a la misión evangelizadora en el horizonte de un mundo conflictivo sin atender y escuchar; nadie entrega la vida como sacerdote, como esposo o esposa, como político responsable y coherente, si no ha dedicado tiempo a escuchar.

¡Escucha! Hay una llamada para ti.

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