La Carta de la Semana (10/11/2017): "Mahatma Gandhi"


Su nombre completo era Mohandas Karamchand Gandhi. Como todos sabemos, desde 1919 comenzó su pertenencia y actividad en el movimiento de independencia de la India marcado por una modalidad de resistencia pacífica y no violenta. Su actitud ha dejado una huella profunda en la historia reciente de la cultura. Pero no es por este hecho por el que traigo a este personaje actual a colación. Más bien por la valoración que hace de la cultura occidental y de la fe cristiana.

No son exactas sus palabras, pero sí la idea. Decía algo así como que cuando leía el evangelio reconocía, admiraba a Cristo y se sentía cristiano, pero cuando veía la manera de comportarse de los cristianos, seguía sintiéndose profundamente hindú. Perdónenme los puristas del rigor científico y de las notas a pie de página pero, a pesar del parafraseo la idea resulta muy elocuente. Me inquieta y preocupa que los principios hermosos sobre los que edifico mi conciencia se queden ahí, sin traducirse en mi comportamiento personal. Esta incoherencia es un escándalo para quienes nos contemplan, pero aún más para nosotros mismos, pues nos encierra en la cárcel de la mentira y en las mazmorras de la doblez y la falsedad.

Cuando Jesús nos propuso que hiciéramos lo que los rabinos enseñaban pero no lo que los rabinos hacían y el modo cómo se comportaban, nos llamaba a la coherencia. Una sociedad de doble moral solo sostiene la fachada. Pero todos sabemos que las fachadas y los cimientos deben estar vinculados y funcionar con coherencia, pues por muy hermosos que sean, los maquillajes no superan una jornada de lluvia y viento.

Tal vez somos de los que proclamamos los derechos ecológicos y bio-ambientales, que reconocen que no debemos hacer sufrir innecesariamente a cualquier ser vivo, y olvidamos que en un embarazo, en cualquier embarazo, de cualquier mujer, lo que ocurre es la gestación de un inocente ser humano. La ecología grande y global debe incluir la ecología humana y el respeto y protección de todo ser viviente. Este es solo uno de los muchos ejemplos de incoherencia de una sociedad occidental que ha olvidado -aunque sea solo en la práctica- los principios que han iluminado la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Me decía un anciano sacerdote cuando yo era un niño: "Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives". Y no era mentira. Las incoherencias de la vida se instalan con facilidad en nuestra mente y en nuestra forma de exponer los principios.

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