Desde la Palabra (15/03/2015): "MIRAR LA SALVACIÓN"


EVANGELIO. LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 3, 14- 21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: - Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios. Palabra del Señor.

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En el diálogo con Nicodemo Jesús narra la razón de ser de la Encarnación, de su Pasión y Muerte, de su Resurrección y de nuestra misión como discípulos en medio de nuestro mundo. La razón de ser de todo, de toda la historia de la Salvación y del Evangelio que hemos recibido no es otra que el amor de Dios por los hombres. Tanto amó Dios al mundo…

Hermanos: Nicodemo fue aquel fariseo que fue a visitar a Jesús a escondidas, de noche. Era un experto en la Ley de Moisés. Pero le inquietaban las palabras del Jesús. Y fue a visitarlo y a hacerle algunas preguntas. Lo recordamos con aquella de cómo puede un hombre viejo nacer de nuevo. Y recordamos la respuesta de Jesús, que le invita a nacer de nuevo, a renovar la vida con la fuerza del Espíritu de Dios. En medio de aquel nocturno diálogo entre Nicodemo y Jesús se encuentra el fragmento del texto que acabamos de proclamar hoy. Jesús le habló de manera que le pudiera entender: le comentó aquel momento, tan conocido por él, de los mordidos de serpientes en el desierto y cómo Moisés hizo hacer una serpiente de bronce y colocarla en un estandarte. Y le comenta que Dios va a hacer lo mismo con el Mesías: que colgado en el estandarte de la Cruz va a convertirse en salvación para todos los que crean en Él. Que no ha sido enviado por el Padre para condenar, sino para posibilitar la salvación. Para salvar al mundo. Que tiene que acoger esta nueva luz y convertir su vida. Un diálogo entrañable entre Jesús y Nicodemo.

Para nosotros se ha proclamado hoy también este evangelio. Y vuelve la Iglesia, Madre y Maestra, a mostrarnos el camino de la salvación. Vuelve a recordarnos dónde está la salvación y a invitarnos a dirigir nuestra mirada hacia la cruz salvadora. Nos invita a mirar la salvación. Una mirada que se deja transformar. Una mirada que nos transforma. En medio de este tiempo de cuaresma nos dice el Señor a cada uno de nosotros: Mírame, soy la salvación; soy tu salvación. Mírame, que no he venido a juzgarte, sino a darte salvación. Que no quiero tu muerte y tu perdición, sino que te conviertas y que vivas. Miremos a Jesús que se hace presente en medio de nosotros en esta celebración de la Eucaristía y reconozcamos el lugar del que surge nuestra salvación: el perdón de nuestros pecados y la misericordia entrañable.

Hoy quiero invitarles a recibir en este tiempo de preparación para las fiestas pascuales a recibir, cuando puedan, a lo largo de estos días que vienen, el Sacramento de la Confesión: el perdón de los pecados. Puede que vayamos viendo cómo se van organizando los pasos de semana santa alrededor de la Catedral; poco a poco se van preparando. Pero somos nosotros los que nos tenemos que preparar. Y la preparación mejor es sentirnos llamados a la conversión, sentirnos atraídos por la misericordia de Dios. Me van a permitir que les lea un trozo de la homilía del Papa del viernes pasado. Decía así:

"Entre los Sacramentos, ciertamente, aquel de la Reconciliación hace presente con especial eficacia el rostro misericordioso de Dios: lo concreta y lo manifiesta continuamente sin cesar. No olvidémoslo jamás ya sea como penitentes que como confesores: ¡No existe algún pecado que Dios no pueda perdonar! ¡Ninguno! Sólo lo que es sustraído a la divina misericordia no puede ser perdonado, como quien se aparta del sol no puede ser iluminado ni reconfortado. A la luz de este maravilloso don de Dios quisiera subrayar tres necesidades: vivir el Sacramento como medio para educar a la misericordia; dejarse educar por lo que celebramos; custodiar la mirada sobrenatural.

Vivir el Sacramento como medio para educar a la misericordia, significa ayudar a nuestros hermanos a hacer la experiencia de paz y de comprensión humana y cristiana. La confesión no debe ser una "tortura", sino que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón, con el rostro radiante de esperanza, aunque a veces -lo sabemos- mojado por las lágrimas de la conversión y de la alegría que de ella deriva (Ev. Gaudium, 44).

El Sacramento, con todos los actos del penitente, no implica que este se transforme en un pesado interrogatorio, fastidioso e invasivo. Al contrario, debe ser un encuentro liberador y rico de humanidad, a través del cual poder educar a la misericordia, que no excluye, es más, incluye también el justo compromiso de reparar, en lo posible, el mal cometido. Así, el fiel se sentirá invitado a confesarse frecuentemente y aprender a hacerlo en el mejor de los modos, con aquella delicadeza de ánimo que hace tanto bien ¡también al corazón del confesor! De este modo, nosotros sacerdotes, hacemos crecer la relación personal con Dios, para que se dilate en los corazones su Reino de amor y de paz.

Tantas veces se confunde la misericordia con el ser confesor de "manga ancha". Pero piensen esto: ni un confesor de manga ancha, ni un confesor rígido es misericordioso. Ninguno de los dos. El primero, porque dice: ¡sigue adelante, esto no es pecado, ve, ve! El otro porque dice: "no, la ley dice..." ¡Pero ninguno de los dos trata al penitente como hermano, lo toma de la mano y lo acompaña en su recorrido de conversión! El misericordioso lo escucha, lo perdona, pero se hace cargo y lo acompaña. Porque la conversión si, comienza -quizás- hoy, pero debe continuar con la perseverancia. Lo carga sobre sí, como el Buen Pastor, que va a buscar la oveja perdida y la carga sobre sí. Misericordia significa hacerse cargo del hermano y de la hermana y ayudarles a caminar. Y ¿quién puede hacer esto? El confesor que reza, el confesor que llora, el confesor que sabe que es más pecador que el penitente, y si no ha hecho aquella cosa fea que dice el penitente es por simple gracia de Dios. Misericordioso es estar cerca y acompañar el proceso de conversión...".


Jesús, Señor: Ayúdanos a preparar nuestro corazón para recibir estos días el Sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación.

Santa María, Madre de los Pecadores. Ruega por nosotros.

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