DESDE LA PALABRA (20/09/2014) - DOMINGO XXV: "OTRO METRO"


¡Qué injusticia, hermanos! Todo el día, de sol a sol, trabajando casi sin descanso en la viña; y al final del día, el patrón les da lo mismo: un denario. Lo mismo que al que sólo trabajó unas horas al final de la jornada. Los oyentes de la parábola de Jesús quedarían descuadrados, descolocados… Lo aparentemente injusto es el signo de la grandeza de la generosidad divina. Pues así es Dios, Nuestro Señor.

¡Qué desproporción! Nos llama la atención que la manera de puntuar de Dios no es como la nuestra… Es radicalmente diferente. La justicia de Dios no le resta al que ha trabajado, sino le suma al que llega al final. No es injusticia del contrato establecido; es generosidad para la última hora. Pero concretemos la imagen de la parábola:

Un señor, de 50 años. Tres matrimonio fracasados y 5 hijos de diferentes madres. 5 años en prisión por consumo y venta de droga. Un desastre. Abusando con frecuencia del alcohol, del juego y hasta de los bienes ajenos. Desde la primera comunión no pisaba la Iglesia. Y en la última Semana Santa, por casualidad, no se sabe muy bien empujado por qué -tal vez la muerte de su madre-, entra en una iglesia y se arrodilla delante de un confesor.

La vida le cambia. Habla varias veces con el sacerdote y este le envía a un cursillo de cristiandad. La vida le cambia. Se convierte. Vuelve a Dios.

Y ahora la pregunta: ¿Después de 50 años de pecado e infidelidad, recibirá de Dios menos que quienes hemos estado intentando vivir la fe y el evangelio desde chicos? ¿Dios le retendrá en caja parte del premio de la vida? ¿Nosotros, esforzados cristianos de misa dominical, nos molestaremos de que Dios haya sido así de bueno y generoso con él?

Esta es la parábola viva. En esta persona convertida y en tantos otros caso en los que se repiten las palabras de Jesús: “Los publicanos y pecadores os precederán en el Reino de los Cielos”.

Para mí, más que envidia, lo que nos debe salir del alma es un deseo grande de que los demás se puedan encontrar con Dios, puedan recibir su misericordia y le ame y le sigan. Esa es la actitud que buscaba Jesús con las parábolas del Reino: reconocer la grandeza y misericordia de Dios, la grandeza y misericordia de la Iglesia, y animar nuestros corazones con esa estatura de compasión. Ser compasivos y misericordioso.

No demos nunca a nadie por perdido. Ninguna persona es suelo quemado, incapaz de hacer brotar la semilla de la Palabra y el efecto del encuentro con Jesús. Pidamos al Señor por quienes no le conocer, por quienes no han llegado aún al hermoso trabajo de su viña. Pidamos al Señor que vuelva a las plazas donde tantos andan parados, desconectados, fríos, agnósticos, indiferentes…, y que les llame a la viña de su Iglesia. Que les alcance la salvación que, sin mérito de nuestra parte, nos ha alcanzado a nosotros.

Compasión, misericordia, aceptación, alegría por la conversión… Esas son las actitudes de este día.

Santa María, Madre y abogada nuestra; Ruega por nosotros.

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