ALEGRÍA Y FIESTA (28/07/2014): "LUNES DEL CARMEN"


“Para el que cree, todo lo sire para su bien” (Rm 8, 28). Otra versión del texto de San Pablo dice: “Sabemos que a los que aman a Dios, todo le sirve para su bien”. Creer y amar a Dios es lo mismo. Creer es cuestión de amor. Por eso, la realidad es una inmejorable escuela de bien para quienes creen, para quienes aman. ¿Cuánto amamos? ¿Cuánto creemos?

Queridos hermanos sacerdotes, y hermanos y hermanas en el Señor. Distinguidas autoridades que nos acompañan en este día especial para los Realejos, en este Lunes del Carmen. Lunes con sabor a domingo, con color de escapulario, con pasión mariana…Lunes del Carmen.

Aprender la realizad. Dejarnos adiestrar por lo real. Mirar y aprender. De todo, porque todo sirve para el que cree, para el que ama; todo le sirve para su bien. Mirar alrededor con deseo de aprender. Mirar bien. Mirar siempre más allá. Con mirada inquieta, con interés, con curioso deseo de aprender.

Aprendió el profeta Jeremías mirando la realidad: un cinturón está hecho para ceñirnos. Si lo colocamos en otro lugar, si lo descuidamos en la rivera húmeda de un río, no sólo nos deja de ceñir, sino deja de servir. Algo sencillo, algo de la experiencia: una enseñanza, un aprendizaje. Y una referencia: O estamos ceñidos a Dios, o las humedades del camino nos destruyen. La realidad nos enseña.

Un poco de levadora. Presente en cualquiera de nuestras cocinas. Basta un poco para que todo fermente. Así es el Reino de Dios. Una semilla pequeña, como la de la mostaza; pequeña pero con una fuerza interior que desborda el desarrollo de otros arbustos. Lo pequeño, lo simple, lo chiquito, en la posición adecuada ofrece una virtualidad insospechada. La realidad nos enseña.

¿Queremos aprender?

La memoria de María, la Virgen, bajo esta tierna y devocional advocación del Carmen, nos grita la realidad. Nos habla de monte y cumbre: Monte Carmelo. Nos habla de costa y mar: Patrona de marineros. Nos habla de la naturaleza dada y recibida. La que nos rodea, de la que formamos parte. Y a eso, creo, nos invita la Palabra de Dios en este día: aprender de la naturaleza que nos rodea y de la que formamos parte. Mirar la realidad con mirada abierta y respetar esa ley de bien escrita en ella y que podemos conocer con nuestra inteligencia, y con la ayuda de la gracia. Aprender la realidad.

Pero el don de Dios, la Creación, este escenario natural que recibimos, lo podemos tratar como deudores de un don que administrar o como dueños y señores. Y no es pequeña la diferencia. Amar a Dios es amar las obras de sus manos. ¿Puede haber mayor espíritu ecológico? Amar a Dios es descubrir su huella en el hermano y aprender que no es un objeto que puedo manipular, sino un don que me enriquece. ¿Puede haber mejor fundamento del bien común? Mirarnos a nosotros mismos y descubrir en nosotros el amor infinito de Dios que supera cualquier aprecio humano posible, ¿puede haber mejor terapia de autoestima? Aprender la realidad; aprender a Dios en la realidad.

La realidad dibuja cuanto necesita el alma para ser feliz como un don inmerecido del que somos deudores por ser Hijos de Dios. Y a quien cree, a quien ama a Dios, todo le sirve pasa su bien. Y esa fe, aunque parezca sencilla y pequeña como la levadura, transforma toda la masa, informa nuestras relaciones y nos sitúa adecuadamente en medio de la realidad. Ama y déjate amar por Dios: la realidad te hará feliz.

Permitan una historia. Sencilla y ordinaria, como la semilla de la mostaza o la levadura de la masa. De historias está hecha la realidad: Ellos eran amigos desde pequeños. Iban a la misma escuela desde Primaria. Sus familias se conocían desde hacía mucho tiempo. Habían jugado juntos y conocían historias de familia desde siempre. Pero aquella tarde se cruzaron las miradas de manera diferente. Hubo un chispazo en las paredes del corazón que les hizo descubrirse de manera diferente. Se sorprendieron de que la amistad se convirtiera en amor. Se enamoraron. Y con el amor todo adquirió un tono diferente. Se conocían bien, pero ahora la realidad que conocían mutuamente comenzó a ser distinta. Todo tenía un nuevo sentido. El amor hizo nueva la realidad.

¿Les ha ocurrido? ¿Han experimentado la novedad que produce el amor en el corazón humano? Seguro que sí. ¡Cómo cambia todo cuando nos enamoramos! No es lo mismo estar junta a otra persona con o sin amar. No es igual. No es igual estar aquí, este lunes, en la Iglesia del Carmen, celebrando la fe, con o sin amar. No es igual. Y esta realidad pequeña, sencilla, como un ascua interior, cambia nuestra manera de ver la realidad.

Podemos estar sólo en el acto religioso de las Fiestas del Carmen. Pero también, podemos experimentar el amor maternal de la Madre de Jesús. Podemos estar en un acto cultural de profunda raigambre histórica, o podemos estar en el corazón del amor de Dios que se entrega en cada Eucaristía por cada uno de nosotros. Hermanos: todo cambia si hay amor.

¿Crees en Dios? A esta pregunta se responde con el corazón. ¿Le amas? ¿Sabes que te quiere? ¿Aceptas que te quiera? Sólo así la experiencia de María, Nuestra Virgen del Carmen, pasará de ser un solemne acto cultural y religioso, a ser un acontecimiento de gracia. Y todo cambia.

¿De qué tenemos lleno el corazón? De rabietas, de heridas, de envidias, de pesares, de culpas, de miedos… ¿de qué tenemos lleno el corazón? Pido a la Virgen del Carmen nos dé la gracia de llenar el corazón de amor. El tuyo y el mío. Porque todo cambia. “El Reino de los Cielos está dentro de vosotros”, nos dijo Jesús. “Lo que daña no es lo que entra en nosotros, sino lo que sale del corazón”, nos dijo Jesús. ¿De qué está lleno tu corazón?

Todos lo sabemos. Podemos ser extraordinarios sacerdotes; pero todo cambia si amamos a la gente a la que le servimos la salvación y la gracia. Se puede ser un extraordinario, preparadísimo, político; pero todo cambia cuando se ama al ciudadano al que se sirve. Todo cambia desde el corazón. Porque es del corazón del que surge el trabajo responsable, la seriedad y el rigor, el respeto al otro, la compasión, la generosa capacidad de ayuda, el espíritu ciudadano y la fraternidad cristiana. Todo nace de dentro. Como una luz en medio de la oscuridad del pecado. Todo cambia si amamos a Dios. Este es el gran patrimonio de la humanidad.

Y esta experiencia nace del encuentro personal con Cristo. Cuanto más cerca de Cristo estés, más capacidad de amar tendrás. No te quepa duda. Y temas, que Cristo no que quita nada, no te resta, te completa, de suma, te da.

Ojalá hoy tengamos la suerte de despertar el corazón al encuentro con Cristo. A la novedad enamorada de permitir a Dios que nos quiera. A dejarnos transformar por el amar de Dios. Un deseo que tiene medios para conseguir alcanzarlo: acoger su misericordia y perdón que limpia el alma y fortalece el espíritu; acoger su presencia en la eucaristía y atrevernos a entrar en serio en comunión con Él. A orar, a tratar con Cristo diariamente, escuchando su palabra, sirviéndole en los demás… Hay medios para procurar el cambio. Hay medios reales; presentes en la realidad.

Un viejito; un sacerdote jubilado, jesuita, al que muchos le debemos un buen trozo de nuestra espiritualidad, el P. Luciano Gil Japón, nos decía: “Si no puedes hoy decirle a Jesús ‘te quiero’, dile: ‘Jesús, te quiero querer’”. Eso, hermanos: Señor, como María, tu Madre y nuestra Madre: te quiero querer.

Despierta mi corazón, Señor, en este “Lunes del Carmen”.

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