Agustín Domingo Moratalla: "Del símbolo al garabato"


Aunque la austeridad de la crisis nos haya obligado a pasar de una iluminación ostentosa a una iluminación discreta, las calles y plazas de las ciudades nos preparan para la Navidad. En ciudades pequeñas, la decoración no suele ser un problema para los gestores públicos, hay pocos recursos y las guirnaldas de un año se guardan para el siguiente. El problema se plantea en grandes ciudades y, sobre todo, en las zonas más comerciales y los espacios públicos: ¿si no ponemos belenes, campanas, árboles, reyes, pastores o trineos, qué motivos decorativos utilizamos?

Los responsables de estos espacios públicos y, en general, de las instituciones públicas en las que se encuentran, suelen optar por soluciones de compromiso que garantizan la corrección política. Con la supuesta finalidad de no herir sensibilidades, encargan decoraciones carentes de fuerza simbólica y aceptan garabatos geométricos sin fuerza semántica. Ni son signos, ni son señales. No remiten a nada. No evocan nada. Son polivalentes y se utilizan para todo tipo de fiestas, lo importante es que inviten a estar en la calle y, si es posible, que provoquen el consumo.

Algunos ciudadanos se muestran indiferentes ante el significado de esta decoración y no se la plantean como un problema cívico. Lo consideran un recurso comercial y no piensan los argumentos que utilizan los gestores de las instituciones públicas para expresar el significado de las fiestas. Esta indiferencia cívica contrasta con cierta intencionalidad explícita de algunos líderes políticos y representantes administrativos empeñados en neutralizar la vida cultural de las ciudades, como si los ciudadanos tuvieran que conformarse con identidades líquidas o descafeinadas; como si los garabatos geométricos representaran mejor la imparcialidad administrativa que las formas simbólicas.

Aplicada a los símbolos navideños, la corrección política no sólo muestra el ridículo social sino la amnesia cultural, es decir, el desconocimiento intencionado de las tradiciones religiosas. El pluralismo constitucional, y los desacuerdos razonables en los que se expresa, no obliga a llenar las calles de inexpresivos garabatos luminosos. Cuando el sociólogo Zygmunt Bauman habla de identidades líquidas lo hace para describir la pérdida de solidez de las creencias, no para renunciar al buen gusto, a la hermenéutica de los símbolos o la energía de la memoria. El civismo se enriquece con símbolos porque “dan que pensar” (como diría Ricoeur) y se empobrece con garabatos geométricos. Y algunos, ni siquiera invitan a comprar.

Agustín DOMINGO MORATALLA Para el viernes 29 noviembre de 2013, en LAS PROVINCIAS. GRUPO VOCENTO

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