Menos diputados, más democracia


Esta semana se ha producido una especial coincidencia. Por un lado, el pleno de las Cortes Valencianas aprueba la iniciativa de reducir el número de diputados para que pasemos de 99 a 79 representantes. Por otro, hemos terminado los primeros temas de ética política donde nos detenemos en la figura de Max Weber. La reducción de diputados autonómicos forma parte de una estrategia más amplia de reducción de gasto y debemos preguntarnos si por fin los políticos se han decidido a leer aquellas páginas de la conferencia que este sociólogo impartió a principios del siglo pasado y llevaba por título La política como vocación.

Como les dije a mis alumnos, quienes deseen dedicarse a la actividad política o cedan su nombre para ir en las listas de un partido, deberían pasar un examen previo sobre las ideas que planteaba Weber. El texto es sugerente y su actualidad es inversamente proporcional a la calidad moral de nuestra democracia. Son páginas que plantean varios modelos de ética en la actividad política: entre la ética de la convicción y el rastrero pragmatismo sin alma, Weber ofrece la alternativa de la ética de la responsabilidad.

Lo interesante no está solo en esa distinción, sino en la presentación de tres formas de ejercer la política: (a) el político profesional como aquella persona que hace de la política su fuente duradera y única de ingresos, (b) el político ocasional que somos cada uno de nosotros cuando ejercemos nuestros compromisos de ciudadanía y expresamos nuestras preferencias políticas. Entre uno y otro, está el político semiprofesional, aquellos profesionales que se ganan la vida fuera de las intrigas partidistas y asumen cargos políticos por necesidad, es decir, son personas que prestan un servicio a los conciudadanos sin hacer de ello su medio de vida. En este grosero nivel crematístico se sitúa la diferencia entre la política como vocación y profesión.

Si reducimos el número de diputados y no incrementamos su calidad, el descrédito popular se convertirá en desprecio público. La ejemplaridad cívica que esperamos ahora no es un problema matemático sino un problema ético, es decir, de visibilidad en la honestidad, de regeneración de estructuras, de sustitución de mediocres incompetentes, de clarificación en las responsabilidades generacionales y, sobre todo, de culpabilidades personales. Problema de difícil solución cuando ciertos líderes en sus partidos carecen de convicción y desprecian su tradición.

Agustín DOMINGO MORATALLA
Para el viernes 28 de Septiembre de 2012, en LAS PROVINCIAS. GRUPO VOCENTO

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