Administrar y gobernar


El inicio del curso político está marcado por la incertidumbre. No solo por la incertidumbre económica del posible rescate y la consiguiente clarificación del horizonte macroeconómico, sino por la incertidumbre institucional introducida por la convocatoria anticipada de elecciones en las comunidades gallega y vasca. Junto a la incertidumbre política y económica hay una incertidumbre administrativa y organizativa cuando los criterios de gestión, administración y aplicación de las normas tienen poca estabilidad en los diferentes niveles administrativos.

Los cambios que se están produciendo (en sanidad y educación son claros) suponen un considerable ahorro en recursos financieros para las arcas públicas pero están suponiendo un considerable gasto en energías y recursos humanos. No me refiero al despido de interinos o laborales. Tampoco a la anulación de expectativas profesionales y la consiguiente desmoralización para quienes tienen vocación de servicio público en futuribles oposiciones.

Me refiero a la pérdida de energías y recursos que suponen los cambios de criterios en la contabilidad, la gestión de los tiempos y la adaptación a entornos de inestabilidad institucional. Las razones presupuestarias, la discrecionalidad política y cierta falta de ilusión política han introducido un horizonte de inestabilidad que puede dificultar el crecimiento, generar un repliegue individualista, dificultar la confianza en las instituciones, desincentivar a los profesionales, e impedir la reanimación de una ciudadanía desmoralizada.

Ni Osborne, ni Drucker ni el recientemente fallecido S. Covey nos habían preparado para gestionar la incertidumbre. Los teóricos tradicionales en el arte de dirigir organizaciones no nos habían preparado para esta mezcla de incertidumbre e inestabilidad. Quizá tengamos que acudir a las teorías del caos para explicar lo que está pasando en nuestra vida pública para encontrar alguna respuesta satisfactoria.

Sería bueno que nuestra clase política encontrara un poco más de tiempo para hacer memoria, para leer, estudiar y acercarse a los clásicos. En algunos hay una distinción aristotélica importante que está en la base de todas las escuelas de negocios, la diferencia entre administrar y gobernar. La buena administración es una condición necesaria para el buen gobierno, pero no es una condición suficiente. Los administradores gestionan datos, cifras y letras. Los gobernantes gestionan dotes, ilusiones y valores. Entre una y otra se plantea la necesidad de contar con líderes que gestionen la incertidumbre proponiendo metas colectivas, fortaleciendo valores y, si fuera posible, evitaran que los ciudadanos perdieran su tiempo en caprichos partidistas.

Agustín DOMINGO MORATALLA Para el viernes 7 de Septiembre de 2012, en LAS PROVINCIAS. GRUPO VOCENTO

Comentarios